Negábamos
el tránsito demente
de los pájaros en celo
hasta que se estrellaron
contra el cristal
de la ventana,
el vuelo histérico
de las mantis religiosas
hasta que fueron devoradas
por niños crueles.
Desde entonces
solo pudimos andar
de un lado para otro
con las pupilas dilatadas
como animales
recién atropellados.