EL GALLO MAYO
No hay susurros que devoren mi oreja
en la quietud de estas paredes.
Sólo disolvente que con el polvo se abarragana,
sólo heridas de papel pintado y adhesivo.
La algazara en estas calles de pájaros tullidos
-que ni vuelan ni pían ni retozan-
me evoca la soledad del cuadro inacabado.
El gallo difunto sigue sobre la mesa.
El óleo se seca y se pudre la tinta.
En mis manos, el garbo se pierde.
Los hombres se desgañitan en esta desabrida noche
y el último trance que transcurre es acre.
En la quietud de estas paredes
no hay susurros que devoren mi oreja.
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